El mal del inmigrante

El guerrero Ulises embarcó hacia su hogar en la isla de Ítaca tras la batalla de Troya. Según relata el poeta griego Homero en “La Odisea”, el héroe vagó durante diez años por las costas del mar Mediterráneo enfrentandose  a los cíclopes, las peores tempestades, los cantos de las sirenas, monstruos marinos y ninfas.

Treinta siglos más tarde de haber sido escritas, las desventuras de Ulises siguen siendo una metáfora de las dificultades y la zozobra que viven muchas personas inmigrantes. Es el relato de lo dura que puede ser la estancia fuera del pais de origen y lo doloroso de un regreso cuando todo ha cambiado. Si la confusión de las personas desarraigadas alcanza grados muy altos podemos decir que padecen el síndrome de Ulises.

Según el psicólogo Álvaro Zuleta, “el síndrome de Ulises es un estado de indefinición y de angustia mediante el cual el individuo no logra establecer exactamente en qué lugar se encuentra, si está en su país de origen o en el país de acogida”. Se trata de un trauma psicológico “que impide tomar decisiones de futuro y que imposibilita la ubicación real en el sitio al que se ha llegado”.

Zuleta pertenece a ACULCO, la Asociación Sociocultural y de Cooperación al Desarrollo por Colombia e Iberoamérica. Su objetivo es luchar por la integración y contra el síndrome de Ulises. La organización trabaja en Madrid, Londres y Bogotá y sus puertas están abiertas a cualquier inmigrante independientemente de su nacionalidad.

El síndrome de Ulises, como las migraciones, ha existido durante toda la historia de la Humanidad. Cada persona lo sufre en un diferente grado y lo supera de manera individual.

“La gente viene con un nivel de sueños elevadísimo”, explica Zuleta. En su opinión, los medios de comunicación transmiten una visión llamativa sobre los países ricos y quienes inmigran descubren más tarde la explotación, los abusos, la soledad y la marginación.

Otra característica del síndrome es rechazar los cambios ocurridos en el país de origen cuando se regresa: “Hemos tenido el caso de un marido que no puede aceptar que su mujer haya encontrado a otro mientras él se encontraba lejos”.

La actitud del inmigrante en el país de destino también puede ser muy desigual. Hay quienes reniegan de su historia anterior y cambian radicalmente intentando camuflarse en la nueva realidad. Sin embargo, la mayoría viven el proceso opuesto: exageran sus rasgos nacionales e ignoran las costumbres autóctonas.

La consecuencia más grave del síndrome es la soledad: “Es muy angustiosa –describe Zuleta- porque no encuentran canales de comunicación con la sociedad de acogida”.

Este psicólogo también cree que la solución esta en promulgar buenas políticas de integración. En su opinión, la intervención cultural suele reducirse simplemente a encuentros gastronómicos y de danzas del mundo: “Hay que superar la parte folclórica y darse cuenta de que los países son otra cosa”.

En Europa y EE.UU. se concibe al inmigrante sólo como trabajador: “Se ha creado un nuevo ejército de esclavos modernos”  dice Zuleta. Esa obsesión también es asumida por ellos mismos, quienes a veces piensan que no merecen vacaciones,  participar en política o en organizaciones o vivir actividades culturales.

Para Zuleta, la clave está en “entender que el que viene de fuera percibe la realidad de una manera muy diferente de la que la percibe alguien que no ha salido de su país”.

De igual manera, las personas inmigrantes también deben dar pasos de acercamiento para integrarse en la sociedad de acogida.

José R. Uzal (uzal@msn.com) escribe desde West Palm Beach FL, sobre temas de interés para los hispanos parlantes. 561-310-5333

 

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